martes, 5 de julio de 2011

Mi padre habla cuando duerme en el hospital

Mi padre habla cuando duerme en el hospital. He recordado que de niño era sonámbulo, he recordado, que mi padre criaba canarios, he recordado que la diminuta casa era habitada por sus trinos y que una mañana me molesto su cante y les recrimine el jaleo que estaban organizando. He recordado que uno de entre todos ellos me llamo grosero, me di la vuelta orientado por su voz hacia las jaulas, todos los canarios en silencio me dieron la espalda, todos, menos uno,  lo observe detenidamente y no le dije nada. Desayune tranquilo. Mas tarde fui uno a uno y les puse nombre. Un día mi padre me dijo que había muchos canarios (unos cien), que por qué les ponía nombre, le conteste que así ya no serían desconocidos (de tal manera que ya podía hablar con ellos). Un día soñé con el canario que me hablo, Tutifruti le puse, tenía todos los colores del mundo y unos ojos profundamente negros y saltones a su vez. Soñé que le abría la jaula y al salir, cambiaba su aspecto a la velocidad de la luz en un hombre mayor y con barba blanca conservando sus alas de canario. Recuerdo que pensé ya veras como se enfada por llamarle Tutifruti, pero no lo hizo, hablamos de los problemas de entonces en el seno de la familia, incluso de los payasos de la tele, no volví hablar con él, ni con ningún otro. Recuerdo que les abrí las jaulas,- por si estaban enfadados- pero los que salieron enseguida regresaron, eso sí cuando volví de desayunar cantaban como los ruiseñores un trino al que yo llamé: la canción de Tutifruti.
Puede parecer que es un relato de ficción, pero así lo recuerdo. En estos instantes de mi vida la nostalgia me invade con un aldabonazo de sentimientos y recuerdos.

Autor: Rafael Luna Gómez

1 comentario:

Amelia Díaz dijo...

Cuánto te entiendo, querido poeta, cuánto, cuánto te entiendo...




UN ZUMO DE PIÑA

En el silencio interrumpido

de las veintitrés en el hospital

sólo se oía el zumbido

de la máquina de morfina.

Luna tras los cristales

que separaban dos mundos.

Fuera, incluso en mitad de la noche,

había luz, verano y …vida.

Dentro, sonrisas empapadas de sal,

manos agarradas y… despedidas.

Los besos ya se daban con prisas.

Los recuerdos de niñez se teñían de sepia

y se arrugaban como una fotografía.

Pasaba la vida a ritmo acelerado

y él - mi padre - se me iba

como una hoja con la brisa.

Cuando, a las once en punto,

la enfermera, sonriendo, ofrecía:

¿algo que tomar, caballero?,

él, siempre galante, repetía:

¿qué quieres tomar, mi niña?




A lo largo de los años,

esos en los que ya no tengo su compañía,

aún susurro cada noche la respuesta:

gracias papá, un zumo de piña.



Amelia Díaz, agosto 2010