martes, 13 de mayo de 2008

LA NACORAL

La Nacoral I
Cuando era joven, la fábrica de juguetes “La Nacoral” se fue a la quiebra, toda una noticia en nuestro barrio “Alférez Rojas”
Mis amigos y yo, nos hacíamos la misma pregunta: ¿Cómo puede hacer alguien mal un juguete?.
Agolpados en el lateral de la fábrica más cercano al barrio, (era zona segura) observamos el edificio con cierta inquietud, manteniendo la misma ilusión, (seguro que alguien se acordará de nosotros y nos regalará algún juguete sobrante, “algún juguete tenia que sobrar”).
No sé si alguno de mis amigos llego a decirlo, pero esa ilusión manaba de nuestros ojos.
Mientras observaba la magnitud del edificio, pensaba… -hacían juguetes delante de mis ojos y nunca fui ha preguntar, si me podían enseñar como los hacían, hubiera sido emocionante, ver como se construyen-. Me lamentaba.
En ese instante, oí el sonido de un pelotazo y al segundo, el balón cayó dentro de la fábrica, al volverme.
-Juan, uno de los gemelos, se apresuró a decirme:
ahora te la devuelvo Luna.
Mientras el otro gemelo José (el loco) ya estaba en el vértice de la valla.
Algo no cuadra –pensé- , enseguida me percaté de sus intenciones, no era lógico que fueran los dos a por el balón.
Los perros que guardaban la fábrica, ladraban en su interior, estaban atados, el sonido de las cadenas lo garantizaba y los gemelos no dudaron un instante en saltar.
Cuando José “el loco” tenía la pelota en sus manos, su hermano ya le había sobrepasado “y yo claro” no sabia que pretendían, pero la pelota era mía y el plan que habían trazado, era lo de menos, puesto que me invadía la necesidad de ver aquél lugar, no dude en ir tras ellos.
Mi corazón y mi mente amplificaban los sentidos, los ojos fotografiaban cada movimiento al microsegundo, como un depredador cazando su presa o al contrario, una presa huyendo de su captor. Los gemelos sabían donde iban, no dudaron en abrir una puerta oxidada de color verde, ese mismo color de las persianas que pintábamos todos los vecinos en verano y que inundaba las calles del barrio, con un olor entre mezclado de pintura y madera mojada.
Llegué al umbral de la puerta. Ante mí se alzaba una amplitud de espacios con altos tabiques y altísimos rayos de luz, que caían de los tragaluces, como los focos de los antiaéreos de una película bélica, las máquinas estaban tapadas con plástico transparente, incluso alguna, tenia en su base los palees para su traslado. Entonces, saboree el sentimiento de abandono que sugerían las imágenes en las películas, cuando se veía entrar a un actor en una casa, con los muebles tapados por las sabanas.
-“Vamos Luna”. Dijo uno de los gemelos.
Al iniciar la carrera me resbale, cayendo de cruces en el suelo, mis ojos no alcanzaban a ver el color de las baldosas, ya que estaba todo lleno de papeles y pegatinas, seguro que se había liado una buena
–pensé-. Solo a idea podían estar tantísimos papeles por el suelo. Corrí hacía los gemelos, con más cuidado, sin dejar de mirar aquella desoladora revolución esparcida por el suelo. Todos mis sentidos se agudizaron tras el trompazo.
-Juan, en voz baja me dijo: ten cuidado no hagas ruido, ¡vamos!. Concluyo.
Avanzamos como un pelotón de aquellas películas norteamericanas. Las máquinas y columnas nos resguardaban de ser vistos por el enemigo, el silencio nos aseguraba buena fortuna en nuestro avance, nuestra complicidad era todo un ejercicio militar, digno del mejor ejército adulto.
Llegamos a una parte intermedia de la nave, un tabique la dividía, se adivinaba que esa otra zona de la nave (que era idéntica a la otra), una posición de obligada parada, ya que se habían llevado las máquinas. La emoción (si es que podía ser mayor) se aceleró, era un punto donde nuestro avance sucedía al descubierto, en el caso de que el vigilante acudiera por allí, estaríamos localizados.
Agazapados los gemelos observaban con inquietud y de inmediato supe, que no habían avanzado más, o que si lo habían hecho, huyeron en retirada o sea “a toda leche”.
Volví a observar el lugar como un francotirador, con tal detenimiento que estoy seguro, que me creía capaz de volver a colocar, cada uno de los papeles en la posición y el lugar donde se encontraban, era tal concentración, que oímos a las ratas hablar entre ellas, de vez en cuando alguna salía en estampida y se desvanecía entre los papeles, otra de las razones por las que decidí avanzar, corriendo hacía la única puerta que nos separaba de ver más, con una rapidez especial, juraría que los papales del suelo no se movieron, al igual que mis dos amigos, que esperaban atentos que les diera la señal de avance.
Autor: Rafael Luna Gómez
Reservados todos los derechos.
Autor: Rafael Luna Gómez
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